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4.21.2011

Entre vinos y madera rústica






Rodeada de sitios de diversión nocturna y bienvenida por un amable ‘Buenas Noches’ doy inicio a una noche llena de expectativas. Un restaurante casi vacío por la temprana hora fue lo primero que noté, y un ambiente cómodo y relajado me invitó a sentarme a la mesa donde mi amigo Josué me esperaba.  La música de fondo bossa nova nos trajo la carta, y un mesero bien informado nos pidió la orden, seguida por muchas sugerencias atentas en cuanto a ingredientes, debido a su preocupación por los comensales; para luego traernos un Mojito de Maracuyá como coctel.

El sutil bailar de las finas tiras con el aire, a modo de cortinas, acompañó la espera y la amena conversación hasta que nuestras entradas llegaron; y el primer bocado obligo a nuestras mentes y pensamientos a detenerse y dedicarse solo a disfrutar de combinaciones de parrillada y maní, y ajonjolí y miel.

El tiempo entre la entrada y el plato fuerte fue imperceptible al tener la estación del rotisserie a un vidrio de nuestra vista; y la decoración de bambú y piso de pequeñas piedras que le rodeaban dejaron en nuestra mesa una pechuga de pollo en forma de corazón, con toques de limón, y un pollo Cordon Bleu, acompañados por el mejor arroz que jamás hubiésemos probado antes.

Entre risas y memorias, llegó un Cheesecake en salsa de moras, y un Napoleón de Crème Brûlée; para hacernos olvidar la rutina y los problemas de toda una semana, y empezar de manera dulce el anhelado fin de semana.

Pedimos la cuenta, y al conocer a la Chef Zena; nos dimos cuenta que no ingerimos sólo comida, sino que comimos sensaciones, emociones y recuerdos; caímos en cuenta que estuvimos varias horas mirándole la cara a la pasión, al gusto por lo que haces y a la dedicación.

Y así, en una velada amena de un viernes de abril, Tomate y Amor se ganó un lugar en nuestro paladar y corazón.